Tonatiuh Muñoz Aguilar
Al igual que ocurrió con uno de los momentos más críticos del actual gobierno, la victimización de los estudiantes jóvenes en el sexenio de Enrique Peña Nieto vuelve a sacar a la luz la debilidad de las instituciones y el hecho de que, para el actual habitante de Los Pinos, los mexicanos menores de 30 años y que desean superarse por medio de la educación resultan uno de sus talones de aquiles.
Así lo demostró el penoso caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, tema que por cierto no ha sido resuelto a casi 43 meses de que estallara poniendo en jaque la capacidad del gobierno federal para tener pacificado el territorio nacional y que como una bola de nieve, se llevó consigo al primer procurador de la República del sexenio, al entonces gobernador de Guerrero, al presidente municipal de Iguala, a más de una centena de policías municipales y a un sinnúmero de funcionarios gubernamentales y partidistas.
Así lo demuestra ahora el tema de los tres estudiantes de cine desaparecidos en Tonalá, Jalisco el mes pasado y que, de acuerdo con las autoridades de aquel estado, fueron asesinados y después disueltos en ácido. El hecho guarda escalofriantes similitudes con el caso que cimbró a México y a la opinión internacional en el otoño de 2014, con la diferencia de que en esta ocasión casi nadie ha volteado sus dedos en contra del gobierno federal.
Sin embargo, para nadie puede pasar desapercibido que el hecho es otra muestra inequívoca de que el gobierno ha perdido todo poder en diferentes franjas del territorio de la república, donde hoy manda el narco y se puede secuestrar y asesinar sin problema a tres estudiantes de cine, que apenas iniciaban con su vida y quienes de acuerdo con la Fiscalía de Jalisco «estuvieron en el lugar y en el momento equivocados».
De acuerdo con esas autoridades, Salomon Gastélum, Daniel Díaz y Marco Ávalos acudieron a una cabaña ubicada en las afueras del municipio de Tonalá -conurbado con Guadalajara -con el propósito de filmar un cortometraje como parte de un proyecto de su incipiente carrera cinematográfica. Ellos no lo sabían pero dicha cabaña era utilizada como guarida regular por un peligroso capo de la delincuencia apodado «El Cholo». La suegra de éste, Edna N., era la propietaria legal del inmueble a pesar de que según las averiguaciones, sólo se trataba de una prestanombres.
Pensando que se trataba de miembros de una banda contraria -el Cártel Nueva Plaza, supuestamente -, miembros del peligroso Cártel Jalisco Nueva Generación vigilaron la vivienda durante las horas en las que los tres estudiantes de cine -acompañados por otro más que se salvó por salir del inmueble antes de tiempo y otro grupo de mujeres, también estudiantes -estuvieron filmando las escenas para su proyecto. Posteriormente, los siguieron hacia las afueras de Tonalá donde, fingiendo que eran agentes federales, los secuestraron y posteriormente torturaron.
Y he aquí donde las historias de los 43 de Ayotzinapa y los tres de Jalisco vuelven a compararse: de acuerdo con «la verdad histórica», los estudiantes de Guerrero también fueron confundidos por sicarios del crimen organizado como miembros de un grupo delictivo contrario, posteriormente fueron secuestrados -usando para ello a elementos de la Policía Municipal de Iguala -, torturados, asesinados y finalmente «desaparecidos». En aquella ocasión supuestamente los incineraron, en ésta los disolvieron.
Haciendo un esfuerzo por creer en la verdad de la justicia para no dudar de la versión que nos dan las autoridades jalisciences, se vuelve a estar ante un escenario desolador, en el que cualquiera de nosotros pero sobre todo los más vulnerables (estudiantes, mujeres, integrantes de la comunidad LGBT, personas adultas mayores o simplemente ciudadanos con pocos recursos de diverso tipo), puede estar a merced de las fuerzas delictivas y «confundidos» por éstas como miembros de una banda contraria.
Así, sin más ni más, los mexicanos nos preparamos para darle la vuelta a otra de las páginas más tenebrosas de este infierno llamado «guerra contra el crimen organizado» en el que nos metió el expresidente cuya esposa hoy intenta «reelegirse» y nuestra capacidad de asombro vuelve a ser rebasada ante la inhumanidad de quienes hoy forman parte del hampa y la indiferencia de un gran cúmulo de personas para quienes este nivel de violencia ya se ha vuelto costumbre.
Quedan en esta historia muchos espacios vacíos, otras similitudes igualmente escabrosas como el hecho de que, tal como sucediera en aquel septiembre y octubre de 2014, el presidente de México se encontrara de gira en el extranjero mientras en México se eleva nuevamente el grito por justicia para tres estudiantes que, simplemente, estuvieron en el lugar y el momento equivocados.
Resta también cuestionar el hecho de que según las mujeres que sobrevivieron a la desaparición y muerte de Salomón, Daniel y Marco y quienes se salvaron por una inexplicable orden de los presuntos sicarios de no llevarse a las chicas («¡mujeres no!», habría gritado uno de los lugartenientes en una especie de caballerosidad de escalofrío), los delincuentes tenían toda la pinta de policías e incluso utilizaban camionetas que parecían blindadas.
Finalmente, el extraño caso de la participación de un rapero famoso en internet, quien habría hecho las veces de «halcón» e incluso, sería el responsable de la disolución en ácido sulfúrico de las tres jóvenes víctimas, resulta también inquietante no sólo por su sola complicidad en el caso sino también por el evidente apoyo que unos cuantos cientos le han expresado a «QBa» a través de las redes.